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'Mi vida vale 5 millones de pesos', dice el padre Solalinde

El padre Solalinde arremete contra Peña, Josefina y Quadri
“Padre, tengo que avisarle que una persona lo va a matar”, le dijo una mujer. “Es un sicario, ya le pagaron, ya lo liquidaron, ya le pagaron para que lo mate a usted”. Inmediatamente, Alejandro Solalinde, el sacerdote defensor de migrantes en la frontera sur de México, sintió un dolor en el pecho.
A sus 66 años, ese dolor se ha vuelto usual en su vida, pero no por ello menos escalofriante. Esa mañana del viernes 20 de abril le filtraban por sexta vez, en dos meses que el crimen organizado y políticos locales coludidos con el grupo criminal conocido como “Los Zetas” lo tenían de nuevo en la mira.
Así que guardó sus dos celulares en los bolsillos, metió dentro de su camisa la cruz de madera que le cuelga del cuello, enderezó sus lentes y trotando abandonó aquella plaza comercial de Ixtepec, Oaxaca, a donde había llegado desde la Ciudad de México.
El sacerdote salió en 20 segundos, que se le hicieron eternos. A cada paso le retumbaban en la cabeza las palabras “lo va a matar” y en cada cliente, empleado, cajero y peatón buscaba un movimiento de manos que le anticipara una ráfaga de disparos hacia el pecho o la cabeza.
“No sé si esté bien decir que uno se acostumbra, porque no debe ser así, pero ya me hice a la idea de que me van a matar por el trabajo que yo hago. Ya lo acepté”, cuenta.
Logró evadir la muerte porque justo a esa hora, 10:30 de la mañana, se reuniría con el subprocurador del Istmo en Oaxaca y con un ministerio público federal, enviado por la Procuradura General de la República, Marisela Morales, para revisar las amenazas de muerte en su contra.
Tan cotidiano es el fantasma de una ejecución que este hombre -quien atiende mujeres violadas, niños amputados por el tren, hombres golpeados hasta la inconsciencia y familias víctimas de secuestro y trata interceptados por Los Zetas en la frontera- que
ya hasta dice conocer el precio que tiene su cabeza y quiénes la quieren.
“De otra amenaza, de la tercera amenaza (en dos meses) pagaron 5 millones de pesos y los que habían hecho eran políticos. Varias de esas amenazas, ellos dicen que los que les pagaban eran políticos”, revela el prelado.
Desde hace tres años, su equipo lo conforman 14 personas desarmadas – cuatro monjas, un sacerdote, voluntarios y especialistas en derechos humanos – y cuatro policías armados que duermen con la mano en el gatillo y alrededor de la hamaca de Solalinde.
Y aún así, el protector de migrantes mexicanos y centroamericanos sabe que las probabilidades de su muerte están al alza.
“Yo veo todas las posibilidades, sobre todo en este momento, porque yo entendí hace tiempo dos cosas: esta gama amplia de la delincuencia organizada, en la cual están -ya dije quiénes- mucha gente de la sociedad civil, pero también políticos, corporaciones policiacas corrompidas. Ellos necesitan Ciudad Ixtepec para explotar al migrante de todas formas posibles y les estorba el albergue, pero sobre todo yo.
“En lo personal, lo he vislumbrado desde hace tres años como si fuera un juego de naipes. Cada intento de la delincuencia organizada, la mafia, los políticos corruptos han intentado lanzar para eliminarme ha sido una carta. Unas cartas han sido dolorosísimas, muy fuertes, pero no han prosperado. La peor de esas cartas que echaron fue en tiempos de (el ex gobernador de Oaxaca) Ulises Ruiz, con sus títeres que puso en el gobierno de Ixtepec, más la corrupción de muchísima gente, fue apostar por el cierre del albergue”, afirma Solalinde. 
El gesto no se le endurece cuando narra la proximidad de la muerte. Mantiene un tono de voz sereno, como quien habla de la vida de otra persona, alguien cuya vida ya no le pertenece, sino que ahora es personaje de una historia de narcotráfico, redes de corrupción y migrantes en búsqueda del sueño americano.
“Cuando todo falle, la última carta será contra mí. Eso me queda claro y lo van a hacer tarde o temprano”, dice el defensor de los derechos humanos.