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Otro año en el que nos preparamos para “celebrar”, para “dar el grito”, las familias y los amigos se reúnen, se arman los chiles en nogada y los pozoles, las micheladas y los asados, se pr
ende la televisión para que desde ahí se nos recuerde y determine todo lo que tenemos que agradecer a nuestra patria y a sus héroes, leyendas épicas perdidas en la oscuridad de la historia y el rumor, a nuestros nuevos caudillos y a las nuevas caritas en el poder.

Así empezamos a darnos vuelo, a melodramear, a explotar el dramarama y tirarnos al sentimentalismo, como el borracho que llora por el amor suspendido con mariachi de fondo, entre la tragedia y el masoquismo ante la misma; el placer de nuestra contradictoria y ecléctica, prácticamente bipolar, multicoloridá. Nos aventamos unos quienvives con el otro para demostrarle al mundo que somos remachotes, hasta comemos kilos de chiles enteros en una barroca y necia significación de nuestro aguante, nuestra hombría, nuestro placer al estar chingados. El amor al sometimiento mientras se defiende a capa y espada un estilo de vida insostenible, un clásico del mexicano.

Y claro, hay que celebrar ¿por qué no? ¡ni que fuéramos unos pinches amargados! tirar la casa por la ventana sabiendo que desde hace tantos años tenemos una soberanía, que estamos libres del yugo de ser colonia y que contamos con nuestra propia identidad y cultura. Hay que celebrar eso que ha quedado atrás y cerrar los ojos al hoy, a que esa misma soberanía esté minada por los intereses de una oligarquía, mexicana e internacional; a que las ocupaciones e invasiones entre “democracias” hoy ya no se den como conflicto armado y agudo, si no como una toma de los recursos y cultura de un país por parte de grandes corporaciones; a que no tengamos la más remota idea de qué sea eso que nos separe del otro o nos una a él, pero las fronteritas que pintaron en los mapas para que los señores de arriba se dividan el pastelote esférico me da una vaga idea de lo que se supone que soy y de lo que debe ser el otro, quiénes son de mi manada, de mi especie, y quiénes no.

Es así como celebramos a esto que le llamamos “patriotismo”, el primo guapo, bien vestido y socialmente aceptado del racismo. Sigue siendo un orgullo mundial ser “diferente” y denostar a países sudamericanos “que están más jodidos”, en nuestro caso, parece ser el alivio de millones de orgullosos paisanos. Ya saben, en la tele las caritas bonitas que hablan sin ahondar en los detalles nos dicen que todo está bien, entonces todo debe estar muy bien, ellos no mienten ¿omitir detalles, profundidades o esquemas más amplios de las cosas no es mentir, no? Alguna vez caí en la desgracia de relacionarme con una persona, que entre otras muchas actitudes profundamente patológicas, estaba obsesionada con el dilema “¿Omitir la verdad es mentir?”, no será muy difícil entender el esquema cuando le explique que la persona en cuestión, resultó ser una sociópata de mucho cuidado con una agenda oculta digna de guión de Hollywood.

El asunto es que hay que celebrar, sí. Yo le digo qué voy a celebrar: los tacos, el pozole, los chiles en nogada, los amigos, la existencia de algunos artistas y algunos oscuros congales con aromas demasiado humanos que se levantan más con el calor del amanecer y la repetición perpetua de alguna canción de José José. Las deliciosas curvas y las cachondas caras de algunas mujeres con tal mezcla de sangres y de genes que resultan ser una sorpresa totalmente inesperada en el extranjero “¡¿Tú eres mexican@?!”, esto de no tener pedigree puede crear resultados magníficos, les digo.

También se debe celebrar lo que aborrecemos, que esté ahí dándonos un lugar a nosotros mismos, que funcione como antítesis y nos dote de más puntos en esa extraña escala a la que llamamos “identidad”. Así, hay que celebrar una iglesia católica todopoderosa y millonaria que vive de meter la nariz y otros miembros donde no debe. Un sistema educativo controlado y determinado por mafias en el que incluso la filosofía y la ética pueden salir disparadas por no ser útiles para el futuro ¿Quién quiere gente con criterio y pensamiento crítico en un país destinado a la mano de obra y a brindar servicios en empresas extranjeras o en monopolios nacionales, en el país del “mejor cállate y ponte a trabajar”? Celebremos la tradición, el anquilosamieinto, a la “gente bien” de nuestro país, el que las cosas deban ser así porque así son y ya y te callas; el “aquí nos tocó vivir y ni modo”, el “si yo me chingué, que se chinguen todos los demás también”. Celebremos este perfecto sistema en el que parece no haber de otra más que las vidas que se desviven para vivir la vida mientras la vida pasa, en un eterno 9:00 a 6:00 con premio de telenovela y futbol, miércoles de cine light (porque al cine no se va a sufrir, se va a olvidar y pasarla bien, dicen) y fin de semana hablando con los amigos y la familia, hablando del trabajo (la vida). Celebremos no tener la suficiente imaginación o el valor para pensar otras posibilidades y funcionar bajo otras motivaciones o esperando otros incentivos, vivir para tener, la cosa por la cosa, comprar – tirar – comprar. Celebremos que los opositores políticos han sido tan patéticos que han permitido el regreso del gran dinosaurio, y celebremos que millones de personas vean detrás de esto una gran conspiración, que con sus grises y sus bemoles, en el fondo parece un movimiento más natural que una imposición… “Si hay imposición habrá…” ¿Qué era? ¿un iPhone 5?

Celebremos, entonces, nuestra independencia, que la capa más vieja y más externa de la cebolla se quitó, una lucha digna y valiente, una semilla. El recuerdo y lo que pasó “bien ahí”, pero ¿el hoy? ¿Cómo se resignifica o se hace presente esta celebración en el hoy? ¿Qué estamos celebrando cuando celebramos nuestra “independencia” y nuestro “patriotismo”?

Discúlpeme usté, pero si me pongo a celebrar lo que me dice Lucerito en la tele, lo que dicen las caras bonitas de los comerciales o lo que dice el señor presidente en turno, mejor me pongo a llorar. Hay que tener tantita madre.

Yo ya le escribí qué voy a celebrar, usté escoja lo suyo, para que cuando grite “¡Viva México!”, las palabras tengan algún apuntalamiento en la realidad y en el presente, que sirva de algo, que la palabra-símbolo “México” se llene de coherencia, finalmente, aunque sea por un pinche ratito.

¡Viva… algo!