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Cooptación, Fractura y Reciclaje, el estilo Peña.


jenaro villamil
En menos de dos meses al frente del Ejecutivo federal, Enrique Peña Nieto ha puesto en práctica el manual no escrito de la clase política mexiquense: a los adversarios externos ofréceles cargos y encargos; a los rivales internos, les pagas facturas; y a los opositores reales créales estructuras paralelas para debilitarlos o dividirlos. Con una puntualidad meridiana, el peñismo ha incorporado a figuras vinculadas a sus principales adversarios a la administración federal: desde personajes como Mario Di Constanzo, otrora fiel defensor de Andrés Manuel López Obrador, hasta adversarios históricos del tabasqueño, como Rosario Robles, secretaria de Desarrollo Social e impulsora junto con el ex panista Manuel Espino y los ex perredistas René Arce y Víctor Hugo Círigo de un nuevo partido, el de la Concertación Mexicana, el primer partido “espejo” de Morena. También ha logrado una subordinación real del actual jefe de Gobierno capitalino, Miguel Ángel Mancera, principal adversario territorial y gubernamental en el corazón político del país. El “sano acercamiento” entre Mancera y Peña beneficia a ambos, pero, sobre todo, le permite al grupo del Estado de México extender su dominio sobre una ciudad que desde el 2000 es gobernada por las izquierdas partidistas. Con el panismo, Peña ha dejado que corran las fuerzas de la debilidad y la fractura internas. El pleito entre los calderonistas, ex foxistas y liderazgos estatales del blanquiazul por el control de un partido que gobernó doce años y terminó en tercera fuerza electoral será “administrado” desde la Secretaría de Gobernación o desde otras instancias en las cañerías del sistema. Al interior del PRI, el peñismo va por la restauración presidencialista. Un operador como César Camacho Quiroz, ex gobernador mexiquense, tendrá el encargo más difícil de toda esta operación: colocar a los gobernadores y a los grupos estatales priistas bajo la “línea presidencial”. La paradoja es enorme: ¿cómo le hará el peñismo para disciplinar a gobernadores que lo ayudaron con dinero, estructura y operación política para llegar a la presidencia de la República y que, al mismo tiempo, dispararon la reciente crisis de los endeudamientos estatales y municipales? El peñismo no dará “golpes espectaculares” al estilo del quinazo de Carlos Salinas sino negociaciones con zanahoria y garrote, a la usanza de Carlos Hank González. Lo está aplicando con Elba Esther Gordillo, la lideresa del SNTE. Acostumbrados a gobernar como si fuera una gran sociedad de accionistas –típico de la tradición de Hank González– la clase política mexiquense privilegia el control y la adhesión por encima de cualquier cosa. Y para eso utilizan intensamente dos máximas priistas: “vivir fuera del presupuesto, es vivir en el error” y “mientras más obras, más sobras”. Por ejemplo, Arturo Montiel, el gran tutor de Peña Nieto, incorporó en distintos cargos a los otros 17 candidatos perdedores del Estado de México tras la crisis electoral priista del 2000. Al mismo tiempo, Montiel aprovechó y alentó las divisiones y fracturas del PAN y del PRD para recuperar los “bastiones” blanquiazules y perredistas en los municipios mexiquenses. El montielismo se afianzó territorialmente y generó su propio mecanismo de sucesión: el peñismo. El problema principal de este estilo de gobernar es cómo “controlar” o negociar con fuerzas ciudadanas o sociales no corporativas ni institucionales. Las disidencias reales no encajan en este estilo. La sociedad civil es una entelequia. La prensa libre y crítica una vacilada. Las oposiciones al margen del presupuesto son más peligrosas por que no existen mecanismos de control. Por esta razón, las dos principales preocupaciones de Peña Nieto y su equipo radican en establecer un mecanismo de negociación o de cooptación con las dos fuerzas que están fuera del Pacto por México: el EZLN revivido y Morena en proceso de construcción. El Pacto por México, promovido en el exceso propagandístico como un equivalente al Pacto de la Moncloa de la transición española, apenas es una hoja de ruta para ir incorporando a las fuerzas políticas a los grandes negocios que se perfilan en este sexenio y reimplantar la dinámica del presidencialismo con el cual funcionaron los priistas de la vieja guardia. Este es el reciclaje más ambicioso y riesgoso del estilo peñista ensayado hasta ahora. La reinstauración y no la democratización del presidencialismo es una operación de alto riesgo, porque implica implantar las viejas ceremonias y rituales del “sí, señor presidente” cuando las facultades metaconstitucionales que le daban vida a ese poder excesivo del titular del Ejecutivo han sido minadas tras doce años de alternancia.