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Pacific City, la ciudad utópica de Sinaloa que nunca fue


A finales del siglo XIX llegaron al norte de Sinaloa miembros de una comunidad conformada por socialistas utópicos de origen europeo y norteamericano, con la idea de construir una red ferroviaria entre las costas de Estados Unidos y el Golfo de México.
El proyecto, encabezado por el ingeniero estadounidense Albert K. Owen, tenía entre sus ideales construir una ciudad ideal, a la que llamarían Pacific City.
Ese sueño utópico comenzó en octubre de 1886, cuando a la bahía de Ohuira-Topolobampo arribaron los primeros miembros de esa cooperativa, denominada La Credit Foncier of Sinaloa, originalmente auspiciada por el gobierno de EU y respaldada por el gobierno de Porfirio Díaz.
Los que siguieron a Owen hasta ese sitio venían con la idea de colonizar el territorio, pero también con el sueño de encontrar la tierra prometida, en donde abundaría "la felicidad y la armonía". Y es que, a pesar de las semejanzas con otras cooperativas dedicadas a la colonización y urbanización de asentamientos agrícolas en el siglo XX, ésta se distinguió por tener un proyecto basado en la cooperación integral y en la supresión de la propiedad privada de la tierra y de los medios de producción.
Este proyecto socialista contemplaba, además de la construcción de la primera sección del ferrocarril que recorrería todo el Pacífico, la edificación de caminos, granjas, sistemas de irrigación para trabajar el campo y subsistir de las cosechas, casas, escuelas, hospitales y toda una infraestructura que les permitiría disfrutar de esa tierra de maravillas. Pero ese sueño se quedó en un experimento.
"Nunca lograron ser autosuficientes. Enfrentaron muchas adversidades, sequías, pugnas entre los colonos por la propiedad privada; tuvieron problemas con el control de los recursos. Hubo gran cantidad de enfermedades, los ánimos comenzaron a decaer y el único lazo con la sociedad eran los barcos que llegaban de EU con provisiones, de tal manera que si se cortaba ese suministro y al no ser autosuficientes y al existir todo este panorama de adversidades, era muy difícil continuar", explica la arqueóloga Verónica Velasquez Sánchez-Hidalgo.
En su libro Lugar de Maravillas. Arqueología en Pacific City (Axial), Velasquez Sánchez-Hidalgo documenta las huellas de estos colonos que se establecieron en la zona ahora conocida como Valle de Ahome, Sinaloa, entre 1886 y 1894, y cuyo mayor legado fue la ciudad de Los Mochis, fundada por Benjamin Francis Johnston, miembro de esta comunidad.
En busca de los vestigios
Partiendo de los conceptos de la arqueología histórica, la cual se dedica a estudiar los procesos que dieron forma al mundo moderno, la arqueóloga se dio a la tarea de investigar este sueño utópico. Lo hizo con la serie de documentos que resguarda la Universidad de California, con testimonios orales y con un proyecto de excavación en algunos de los sitios ocupados por esta comunidad, en donde recolectó evidencias materiales, como fragmentos de cerámica, botellas, muros derruidos y otros objetos, que le permitieron interpretar la vida cotidiana de los colonos, la convivencia con las comunidades locales, los conflictos entre los ideales comunitarios y el capitalismo, las dificultades y las razones del fracaso de ese sueño.
Uno de los materiales más abundantes recolectados en la exploración realizada por la investigadora fueron las botellas de licor, apesar de que tenían prohibido beber. Esto, explica Velasquez Sánchez-Hidalgo, pudo ser una de las causas de los conflictos dentro de la comunidad: "Cuando me puse a fechar las botellas descubrí que coincidían con los periodos en que empiezan a darse los conflictos, quizá eso tenga que ver con momentos de apertura de la comunidad o con momentos de cambio".
Hasta 1894 esta comunidad congregó a mil 189 personas, pero a pesar de ser adeptos a las ideas de Owen, a quien veían como un "profeta ejemplar de cualidades mesiánicas", nunca se rigieron por los preceptos de una religión.
"Owen creció con conceptos religiosos cuáqueros pero no promovió ningún tipo de religión institucional en la colonia, a diferencia de otras comunidades de este tipo que tienen un templo, como por ejemplo la Nueva Jerusalén, donde sólo viven miembros de la colonia y no puede tener contacto con el mundo exterior, tienen un ministro religioso y demás, Owen, decía que todos debían ser libres", indica la arqueóloga, quien asegura que uno de los objetivos de esta investigación es demostrar que sí se puede hacer arqueología del pasado reciente.
"Los documentos no lo dicen todo, siempre hay lecturas distintas de la historia y esas lecturas son posibles a través de los materiales arqueológicos, que pueden narrar historias alternas a lo ya escrito".